jueves, 1 de julio de 2010
Cyrano todavía tiene algo que decir a los lectores/espectadores contemporáneos
"¿Por qué será que ciertos personajes de la ficción son más reales en nuestro espíritu que los verdaderamente reales que andan por el mundo?
(...) (A Cyrano) El cine lo universalizó. Su enorme contradicción se hizo paradigmática. También su fealdad, su enorme nariz y, por otra parte, su inmenso corazón capaz de amores muy puros, de enormes generosidades, de desprecio ácido por la hipocresía y de ingenio, de brillante ingenio. Para mis trece años alguien me regaló un ejemplar de Cyrano de Bergerac. Lo desprecié enseguida. ¿A quién se le podía ocurrir regalarme un libro en verso? Durante una gripe, aburrido, me dispuse a ver qué era eso. Mi descubrimiento fue luminoso. A partir de ahí Cyrano se convirtió en admirado amigo. Lo imitaba en todo. En esos reservados y secretos momentos de la pubertad, con una regla al cinto y un viejo chambergo, recitaba de memoria larguísimas escenas frente al espejo. En la vida cotidiana me sentía feo, pero con el alma grande, desplegaba mi ingenio (¡las cosas que diría!) y amaba a lejanas Roxanas.
Todo eso lo reviví en 1978, cuando puse en escena la obra en el Teatro General San Martín, con Ernesto Bianco como protagonista. Ahora otro grupo joven la retorna. Para ellos es tan entrañable como para mí. Y la ven con la nueva òptica que los tiempos imponen. Pero con el mismo fervor de siempre"
Osvaldo Bonnet (Director teatral)
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